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Tejido tradicional del sombrero ecuatoriano de la paja toquilla, Patrimonio Inmaterial de la Humanid

La UNESCO, en la sesión del Comité de Patrimonio Cultural Inmaterial del 5 de diciembre de 2012, declaró al Tejido tradicional del sombrero ecuatoriano de la paja toquilla como Patrimonio de la Humanidad. Como cuencanos, y ecuatorianos, nos sentimos orgullosos de esta declaratoria y esto por muchas razones.


El sombrero de paja toquilla, o sombrero de toquilla para ser más precisos, ha constituido uno de los productos artesanales más reconocibles a lo largo del siglo XX en el mundo. Si bien sus antecedentes podrían encontrase en tejidos de palma de origen tropical, hay algunos ejemplos de uso etnográfico de las fibras de la palmera cadí (Carludovica palmatta), su uso parece haberse popularizado hacia la segunda mitad del periodo colonial, y particularmente en el siglo XVIII.

De una forma paulatina el sombrero de toquilla, que empezó a conocerse como montecristi, jipijapa y más tarde cuenca, por sus principales zonas de origen, encontró caminos hacia Europa, por ejemplo Francia, en donde como se señala en el libro Panama Hat, sombrero de leyenda, llegó, inclusive, a ser una prenda favorita de Napoleón Bonaparte en el exilio.

La acción de emprendedores comerciantes como Manuel Alfaro, en 1835, o Bartolomé Serrano, de Azogues, en 1845, permitió la difusión más amplia de esta prenda que empezó a exportarse por miles de piezas.


Pero fue la construcción del canal de Panamá el motivo de una difusión más amplia, en sus variedades de bajo costo, cuando los miles de obreros encargados de ejecutar la obra se cubrieron la cabeza con sombreros de toquilla, que empezaron a llamarse panama. A su popularización contribuyó el uso del sombrero por Theodoro Roosevelt, bien conocido además por ser el padrino del Teddy Bear y por su política del big stick.

El primer cuarto del siglo XX fue la época de oro de la exportación de sombreros creándose miles de plazas de trabajo y decenas de casas exportadoras en la Costa y Cuenca, entre ellas la casa Miguel Heredia que dominó el mercado cuencano hasta la década de los 50 de ese siglo.



Luego de la Segunda Guerra se dio una paulatina decadencia en el uso del sombrero, cuando se popularizaron aún más los sombreros europeos de fieltro y mucho más tarde las ubicuas baseball caps mucho más susceptibles de ser convertidas en reclame comercial.



El tejido de los sombreros ha sido una actividad campesina permanente, en ocasiones como la única forma de acceder a la moneda en una sociedad dominada por el trueque y el prestamanos. Miles y miles de personas, y no exageramos con la cifra ya que en alguna ocasión se mencionó que al menos trescientas mil personas tejían sombreros, se dedicaron a esta actividad en condiciones a veces paupérrimas, como narra Alfonso Cuesta en su novela Los Hijos, un texto de denuncia social que se sumó a los reclamos de Luis Monsalve Pozo en su libro El sombrero de paja toquilla publicado en 1944.

El sombrero de toquilla es tanto un ícono cultural como un producto mercantil con implicaciones sociales muy complejas, su exportación está en la base del desarrollo económico de Cuenca en el primer cuarto del siglo XX (junto con la exportación de la cascarilla o quina) y posibilitó un proceso de embellecimiento y modernización de la ciudad, pero al mismo tiempo, habiendo facilitado los ingresos en metálico de la población campesina, fue muchas veces un sistema de explotación a gran escala en donde las tejedoras, y los tejedores, percibían minúsculas cantidades por un trabajo extenuante y obligatorio.



La declaratoria del tejido de paja toquilla como patrimonio de la humanidad, es motivo de orgullo pero al mismo tiempo nos obliga a reflexionar sobre un sistema social y económico inequitativo que con frecuencia se sustenta en la explotación del trabajo femenino, y masculino.



07 de Diciembre 2012.

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